Si tienes que escalar montañas cubiertas de nieve, si tienes que hacer frente a las malas formas del frío, si tienes como calzado unas poco adherentes zapatillas de fútbol sala y si no has visto nada igual en tu vida, todo va según lo imprevisto y por prevenir que no falte un desayuno noruego de pescado con tomate, huevos, salchichas y más cosas que se me olvidan. Comienza la escalada, bendita sea cada prenda, la noche anterior encontré en el trastero unos pantalones para la nieve que me han salvado la vida, pero también los guantes prestados por Sofie y las bolsas de supermercado entre calcetín y calcetín haciendo de aislante y acompañante en la complicada ruta en busca de esa roca que se quedó encajada entre dos muros.
Nieve, hielo y paredes de fría roca que paso a paso van quedando atrás. Un recorrido de casi 5 horas para llegar. Equipados con galletas, agua, fruta(ah por cierto: ¡estoy comiendo platanos!... mi madre va a dar un bote) y otras cosas que al final no usamos pero que el Gran Kubo (altísimo por fuera y relleno de buen rollo por dentro), se encarga de llevar en la mochila.
La foto es lo de menos, allí se queda la sensación de inmensidad, el aire puro, el coraje y el karma. La vuelta, más sencilla, quizás por saber cuál es el final desde el principio. En el coche nos espera una gran merienda-cena de recompensa junto al restaurante-mirador situado a los pies de la primera cima y rodeado (casi asediado) por una carretera con muchas curvas, incluso más que la de Vilches, todo un record.
jueves, 29 de octubre de 2009
29-10-09 -- Mis pies sobre la Roca
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